Muchas de las chicas eran shomrei negiah, ‘vigilantes del roce’, lo que significaba que no permitirían que ningún hombre las tocara —ni una palmadita, ni un golpecito, ni de refilón, ni estrecharles la mano, ni siquiera a sus hermanos— hasta el día de su boda. Se pasaban las tardes comprando; yo me pasaba las tardes encerrado en mi dormitorio con un pequeño televisor en blanco y negro, un vídeo robado y una bolsa de maría. Sólo yo, Seka, Traci y el tarro de Oil of Olay que había cogido del tocador de mi madre. Estaba deprimido y me sentía solo, pero mis genitales nunca habían estado tan en forma.Auslander, S., Lamentaciones de un prepucio, 2010, Blackie Books, [s.l.], pág. 165
jueves, 13 de septiembre de 2012
Vigilantes del roce
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