Recuerda, mamá, la última vez que vino Keiron. Yo tenía once años y él siete. Él tenía un incisivo superior que le sobresalía y que le daba permanentemente a su boca el aspecto de Elvis. Tú estabas tomando un café con su madre en el salón y nosotros estábamos en la sala de música.Dunthorne, J., Submarino, 2011, Suma de letras, Madrid, pág. 93
Jugamos al eterno clásico: frío o caliente. Excepto que yo no sabía muy bien qué quería que encontrara. Le hice abrir el estuche de la viola de papá. Le hice levantar la tapa del piano. Le hice buscar en el interior del armario de los juegos de mesa y le hice meter la mano en el saco de tela de las letras del Scrabble. Le hice abrir el bote que tenemos lleno de datos, fichas del juego de las pulgas y tees de golf. Después me tumbé en la alfombra, adoptando la forma de una estrella. Cuanto más se acercaba a mí, le decía «Más caliente» hasta que, al final, se arrodilló a mi lado y me puso las manos sobre el pecho. «Templado», le dije. Entonces buscó entre mi pelo. «Hiperboreal», le dije. Luego me palpó el pecho. «Deshelándose». Después me tocó la barriga. «Atemperado». Después descenció a mi pierna derecha. «Álgido». Y a la izquierda. «Gélido». Hasta que no le quedaron más lugares que inspeccionar. Ahuecó ambas manos sobre el bulto de mis vaqueros. «Magma», le dije.
Y entonces, cuando me puso la mano en la cremallera, dije: «Termal». Y cuando la bajó, dije: «Ígneo». Y entonces se quedó mirándome un momento, algo inseguro. Introdujo su mano pegajosa dentro del pantalón y sacó mi polla. «Está caliente», dijo.
No te enfades, mamá, por favor; me corrí en la alfombra turca.
miércoles, 7 de noviembre de 2012
Funny Games
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